por la flor
y ahora veo la inmensidad de todo lo que existe.”
Antoine de Saint Exupéry (El principito)
No es un yuyo. Se equivoca quien piensa que es una planta que puede crecer sola: requiere sudores y desvelos. Pero si usted busca amaneceres ninguna le dará tantas satisfacciones como ésta.
El primer cuidado sin duda es el suelo. Al final, es la base de todo. Un buen suelo es el resultado de un largo proceso en el que se entremezclan la tierra y la intemperie: viento, lluvia, calor, son componentes tan indispensables como el amor, la protección y el respeto. Lo que habrá que quitar del terreno son las raíces muertas: el rencor y la amargura sólo serán escollos en el crecimiento.
El segundo paso es la semilla: debe tener espacio para guardar nuestros más bellos momentos, cada uno de esos instantes inolvidables que pueblan nuestra memoria con la persistencia de la brisa. El hueco en la tierra donde anidará lo haremos con nuestras propias manos, pero la semilla no debe introducirse a mucha profundidad porque podría perder la orientación. La relativa cercanía del aire y la posibilidad de respirar le impulsarán a buscar la luz.
Nuestro trabajo por unos días será ejercitar la paciencia y la confianza, con la generosidad de aquellos maestros que reconocen cuándo sus alumnos deben hacer las cosas por sí mismos. El primer atisbo de verde será la señal de que podemos continuar.
Algunas plantas necesitan ser guiadas. En ese caso utilizaremos una varilla de madera impregnada de nuestros sueños más irrenunciables: las ilusiones fomentan las ganas de crecer.
Falta aprender cuándo es necesario regar. Lo mejor, nuevamente, es utilizar las manos. El contacto con la tierra nos hablará de la sed. Es bueno saber que cada planta es única y por lo tanto, debemos atender a sus necesidades sin preconceptos. Nada la fortalecerá tanto como saber que puede ser ella misma.
Es posible que variadas plagas quieran impedir su crecimiento. Hay que reconocer que es transformadora, peligrosa para los que quieren que todo siga igual. Sin embargo, si nos aseguramos de que le llegue el calor de la sonrisa, el fuego de los gestos solidarios y el pan compartido, las plagas desaparecerán como el hielo al rayo del sol.
Y no lo digo yo, lo dicen los expertos en los jardines del alma: en cada corazón que siga estas sencillas instrucciones, no lo dude, la planta de la esperanza se convertirá en flor.
Que el próximo año nos encuentre sembrando. Juntos, de algún modo.